en oscurecidas
manos.
Los días caen
sobre el pecho.
Eterno domingo
donde todo es igual
y esa similitud
arrastra
la tristeza a la
profundidad de un cielo
eternizado.
Caen, caen tan rápido
que un abrir y cerrar
de ojos se convierte
en un susurro
ante la presión
de una estrella
recién muerta.
Tan solo queda dormir
para olvidar y olvidar
para sobrevivir.
Sobrevivir para sobrellevar
una ingrata vida
de decepciones.
Dolor agudizado
por las heridas de un
corazón a otro corazón
aquella tarde de otoño
cuando esos labios se
despidieron
sin pasión.
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